miércoles, septiembre 13, 2006

CARLOS V





Hernando de Acuña


Al Rey nuestro Señor

Ya se acerca, Señor, o es ya llegada
la edad gloriosa en que promete el Cielo
una grey y un pastor solo en el suelo,
por suerte a vuestro tiempos reservada.

Ya tan alto principio en tal jornada 5
os muestra el fin de vuestro santo celo,
y anuncia al mundo, para más consuelo,
un Monarca, un Imperio y una Espada.

Ya el orbe de la Tierra siente en parte
y espera en todo vuestra Monarquía, 10
conquistada por vos en justa guerra.

Que a quien ha dado Cristo su estandarte,
dará el segundo más dichoso día
en que, vencido el Mar, venza la Tierra.


Informacion complementaria

EL EMPERADOR CARLOS V A CABALLO EN MÜHLBERG

TIZIANO VECELLIO DI GREGORIO (hacia 1490-1576)
Lienzo (332x279 cms)
Escuela Italiana. Renacimiento
Siglo XVI

Tiziano hizo varios retratos del emperador Carlos V, que le consideraba su pintor predilecto y le favoreció con su confianza y amistad, concediéndole incluso un título nobiliario imperial. El emperador eligió a su pintor favorito para que perpetuara con sus pinceles la gran victoria de las armas imperiales sobre los protestantes en la célebre batalla de Mühlberg. Tiziano presentó a Carlos V como conductor de un ejército victorioso, en un magnífico retrato ecuestre que evoca los monumentos de los grandes emperadores romanos de la antigüedad. El monarca se recorta sobre un bellísimo paisaje de bosque, con un río -la batalla tuvo lugar en las proximidades del río Elba-, iluminado todo por una luz de atardecer que le da un cierto tono de recogimiento. La vivacidad de los colores del metal de la coraza (que se conserva aún en la Armería del Palacio Real), de la manta del caballo y el penacho que remata el casco del guerrero, contrastan magníficamente con la palidez y la cierta melancolía del rostro del protagonista, enfermo y próximo ya a retirarse en Yuste (Cáceres).

Carlos I de España y V de Alemania, padre de Felipe II, fue el emperador que conquistó casi todo el mundo católico conocido en el momento. Guerrero y hábil político, Carlos V utilizó el arte como ningún monarca lo había hecho hasta el momento, así como su imagen de propaganda política. Tiziano fue el artista que mejor se acomodó a este empleo, manteniendo siempre su independencia, puesto que nunca aceptó trasladarse a España para trabajar con el emperador. En este lienzo Tiziano le retrata momentos antes de la victoria de Mühlberg contra los príncipes protestantes de Alemania y los Países Bajos que se habían aliado contra el dominio imperial. El trasfondo era claramente político, pero la excusa fue la guerra religiosa entre católicos y protestantes. Tal vez por esto, Tiziano dota a la imagen del emperador de un aura casi sagrada, en su gesto determinado, impertérrito y ajeno a la fatiga. La batalla se había desarrollado hasta el momento sin decantarse hacia ningún bando; Carlos V detiene su caballo frente al río Elba, tras el cual los protestantes se han hecho fuertes. Anochece, pero según las crónicas de la época, por supuesto pagadas por el emperador, durante el momento en que Carlos V decidía si cruzar el río o no para acabar con el enemigo, el sol se detuvo para concederle luz, y por tanto ventaja, como ocurrió con Josué en las Sagradas Escrituras. Otra referencia es la de Julio César, con el célebre paso del Rubicón, que nunca se atrevió a cruzar y que Carlos V sí atraviesa, y por tanto vence. Es, como puede verse, una complejísima elaboración iconográfica, que trasciende dos, tres o incluso más lecturas. El colorido tizianesco se aprecia por lo demás en toda su plenitud: los rojos y ocres de la tela son inimitables. Además, inaugura un género que hasta el momento se había tratado muy tímidamente y que alcanza su esplendor en el Barroco: el retrato real a caballo. Como dato curioso, que habla en favor del rigor histórico del artista, la armadura que viste el monarca es una valiosísima pieza labrada en oro y plata que se conserva en la Real Armería de Madrid. Conservado en los diferentes palacios reales que el emperador se hizo construir en España, el cuadro sufrió el incendio del Alcázar de Madrid en 1734, aunque por fortuna pudo restaurarse. Pasó, con el resto de la colección real española, al Museo del Prado en el siglo XIX.